Queridos Seth y Leah:
No se por qué les escribo.
De hecho sí, lo se, pero no tengo idea de cómo explicarlo.
Las cosas se están volviendo algo complicadas, no se por dónde empezar. Parece que todavía no puedo controlar muy bien todo esto de la licantropía… simplemente veo cierta gente y siento como el monstruo en mi ruge de forma bestial y se empeña en salir a la luz. ¿Es eso normal?
Quizá es que no soy tan madura como pensé.
Espero su respuesta
Saludos
Lourdes C.
Metí la carta en un sobre donde había escrito remitente y datos del destinatario y lo guardé dentro de mi bolso para llevarlo al correo.
La nevada que había visto venir días antes había llegado por fin y ahora el pueblo estaba cubierto por una capa de treinta centímetros de nieve y una fina capa de fría neblina. En otras palabras, no se podía andar por el pueblo sin cuidado.
Junto con la nevada habían llegado también las buenas nuevas: las vacaciones de invierno. Era un sábado de la segunda semana de julio y a partir de entonces tendría quince hermosos días de tranquilidad absoluta. De todos modos, mis vacaciones habían empezado a partir del martes cuando, después de salir corriendo de la escuela, transformarme en lobo en la plaza y escuchar la pelea de mis dos conciencias, había decidido sincerarme con mis abuelos sobre mi falta de control y me habían dejado ausentarme los últimos cuatro días de clase antes del receso para poder tranquilizarme.
Pero el haber dicho la verdad tenía también su parte mala y era que los había dejado muy preocupados a los pobres viejos como para convencerlos de que era seguro dejarme salir por el pueblo. “no puedes controlarte entre tus compañeros de clases, no lo harás en las calles con gente desconocida” había dicho el abuelo. Como si hubiera alguien desconocido en ese pueblucho! Era demasiado pequeño, conocía a todo el mundo allí. No había visto a una cara desconocida en años. Siempre la misma gente, en los mismos lugres de siempre. Todos resultaban familiares allí aunque nunca hubiera tenido la oportunidad de hablar con la mayoría. Pero claro, ahora había una excepción… un par de excepciones, más bien que, por supuesto, había omitido en mi versión de la historia.
Para cuando pude salir por fin de casa, el fin de semana apenas si comenzaba. Ese día me levanté muy temprano e hice un acto de buena letra para con mis abuelos que cedieron después de dos horas de pura insistencia, un desayuno completo hecho por mi y mi mejor carita de perro mojado.
Me apresuré a tomar mi tapado y mi gorro de lana (para disimular ser alguien más que pasase frío como todo el mundo) y salí disparada de casa antes de que mis abuelos cambiaran de opinión; guardé la carta en el bolsillo y eché a correr.
Era sábado, demasiado temprano en la mañana como para que alguien anduviese dando vueltas por ahí, además había varios grados bajo cero; no había gente en las calles que pudiera percatarse de mi… no de mi velocidad, porque corría como cualquier humano más o menos veloz, pero sí de mi estabilidad sobre el hielo. Quien me viera estaría esperando un tropezón en cualquier momento, una caía de espalda, un resbalón de frente, un pequeño declive aunque sea, como le pasaría a cualquier humano; y aquello nunca pasaría porque yo no era un humano cualquiera y, si hubiera las más remota posibilidad de que aquel tropezón llegara a mis pies, les parecería raro a los testigos verme girar sobre mi hombro y caer en cuclillas, o dar un rolido al momento de caer hacia atrás y estabilizarme para continuar con la carrera. Nadie tenía por qué ver eso y agradecí el que aquella nevada hubiese llegado cuando yo lo necesitaba. Ahora tenía la libertad de desplazarme rápido y llegar esa mañana al correo, debía enviar esa nota a mis primos, necesitaba respuestas, concentrarme en buscar mi yo; no se me había ocurrido nada más que consultarle a ellos ya que mis abuelos no estaban dispuestos a ayudar con nada más después de haber largado lo del olor a muerto de los vampiros y, amiga de la tecnología como era, no lograría mandar un mail ni aunque tomara un curso para ello.
Por fin llegué al correo. Me detuve a media cuadra de la entrada y caminé fingiendo ser cuidadosa por si alguien salía de allí y se topaba conmigo. La señora March me saludó muy amablemente cuando le sostuve la puerta para que saliese. Las mismas caras de siempre en los lugares de siempre.
Me aseguré de que la dirección estuviese bien escrita antes de dejar el sobre en el buzón y le di los buenos días al señor Belle antes de retirarme. Era una suerte que me hubiese podido levantar temprano ese día puesto que nunca abrían los sábados después del mediodía.
Ese día parecía que todo mi contexto me favorecía de alguna manera. Ahora que el sobre estaba en camino, que sabía que obtendría respuestas más favorables de algún lado, todo parecía más en calma. Mi conciencia maldita, la feroz, la salvaje, parecía atenuarse cada vez más conforme habían pasado los días desde el lunes hasta ahora. Al principio me daba mucho miedo el estar volviéndome loca escuchándola fuerte y constante pelear con mi “parte humana” por cada estúpida decisión que tuviese que tomar durante la semana, después solo llegó a molestarme el que hiciera eco cada tanto y finalmente solo la escuchaba cunado pensaba en ella hasta ese día que dejé de escucharla por completo al darme cuenta que buscar las soluciones era mejor que hacer más grande el problema.
Ahora tendría todo el fin de semana para mí. Para mí y mi única conciencia. La felicidad y el optimismo resurgían ante la idea. Aprovecharía todo ese tiempo para hacer lo que me había propuesto: pensar en mí.
Cuando salí del edificio estaba dispuesta a volver a casa a hablar con mis abuelos, a explicarles mi punto de vista, a que vean lo tranquila que estaba; pero entonces voltee hacia el otro lado, en dirección opuesta a la de mi casa y me encontré con el mar a tan solo tres calles.
Todo se veía de color blanco en aquella dirección a excepción del agua que detonaba tonos azules-violáceos en contraste con el resto del paisaje. Una escapada hasta la playa no haría mal a nadie. Pensé en que si caminaba hasta allí quizá podría seguir el sendero hasta la cascada, que seguramente estaría oculta pajo la marea alta, pero al fin y al cabo ese lugar me encantaba más que ningún otro y no se me ocurría alguno mejor por donde comenzar con alguna que otra técnica de relajación.
Comencé a caminar hacia allí con las manos en los bolsillos y la cabeza cacha, a paso lento y tranquilo. Aun no había un alma en las calles pero quería mantener el corazón quieto un poco más, era temprano y nadie me apuraba…
Entonces, al cruzar la primera calle, lo sentí.
Sentí como se me erizaba el cabello incluso bajo el gorro, mis hombros se tensaron y mi cuello enderezó mi cabeza por puro instinto ¿es que esto nunca acababa?
Mi mirada paseó ansiosa por todo mi frente y mi oído se aguzó. Por alguna razón no quería darme vuelta.
Oí los pasos de alguien detrás ¿a tres calles? Apreté el paso un poco ¿acaso los oía ahora más cerca? Me apresure un poco más y entonces los oí más cerca aún ¿Qué clase de persona recorría esa distancia en tan pocos segundos? Un licántropo, seguro. ¿O acaso era…
Eché a correr, desesperada ante la idea y entonces todo pasó muy rápido:
Frené en secó y me tiré al piso cuando sentí que algo volaba sobre mi cabeza a escasos centímetros de ella. Me incorporé de prisa y entonces la conciencia que había logrado callar después de varios días, comenzó a rugir intensamente, sentía como me zumbaban los oídos, como se me exprimía el cerebro.
Mathew Blader estaba parado a cinco metros, frente a mí.
“ataca”
“huye”
Me incorporé de prisa. Estaba lista para hacer caso a mi conciencia… a la humana. Me di la vuelta y eche a correr nuevamente.
Y entonces, cuando apenas había corrido unos pocos metros, mi cuerpo volvió a ser conciente de otra presencia cercana, una presencia peligrosa ante la que no tuve tiempo de reaccionar; Una humazón de nieve se acercó a mi como una avalancha, solo que el terreno no era inclinado. Caí de un sopetón hacia atrás al momento que sentí como algo me golpeaba la cara y el pecho de un solo empujón y toda la nieve que vi venir se colapsó contra mí ¿me había tirado alguien? Tenía toda la sensación de haberme golpeado con una pared invisible. Una pared que había arrastrado toda la nieve del suelo hasta mí.
Apenas si pude incorporarme esta vez. La cabeza me latía con fuerza, el monstruo en mí seguía rugiendo, mi conciencia humana no hacía más que lloriquear. En lo que a mi cuerpo respecta, no encontraba la manera de representar ninguna de las acciones que mi cabeza me mostraba. Estaba en blanco. Tan solo abrí los ojos por el asombro, con el corazón a mil por hora y esperé a que la capa de nieve a mi alrededor se esfumara para entender qué estaba pasando.
Y allí la vi, caminando hacia mí con paso lento y glorioso. Erika Blader se acercaba y la expresión en su rostro era poco feliz.
Y el monstruo rugió furioso.
Sentí como el calor se expandía desde mi columna vertebral hasta cada rincón de mi cuerpo. La cara y el cuello me hervían. Me posicioné en cuclillas mientras la muchacha seguía avanzando. Mis puños se cerraron tomando la nieve del piso que comenzó a derretirse en mis manos. Estaba lista para atacar.
“no van a hacerte daño, no van a hacerte daño, no quieren hacerte daño” resonó una voz en mi cabeza ¿acaso era una tercera conciencia? ¡por Dios! Y me había frenado un segundo antes que saltara sobre la chica Blader que estaba a tan solo dos metros de mí.
De repente el monstruo se silenció y también lo hizo la conciencia humana mientras la nueva voz en mi cabeza se apoderaba de casi todo mi subconsciente.
“tranquila, solo hablar. Nadie quiere pelear, nadie quiere pelear”
Y entonces caí en la cuenta de que ya había tenido suficiente. Si hasta ahora ninguna de las dos voces que había tenido en mi cabeza me habían ayudado en nada, no tenía por qué seguir debatiéndome entre una u otra. Después de todo, esta tercera conciencia parecía ser la más racional de todas y me proponía una idea tentadora: hablar. Lo que me llevaría a conseguir lo que quería desde el día que conocí a los Blader: respuestas.Bajé la guardia y me incorporé despacio sin quitarle la vista de encima a Erika. Escuché que algo se acercó a una velocidad inhumana y al voltearme, tenía a Mathew a menos de un metro de mí.
Estaban dispuestos a hablar así tanto como yo.